Aprendiendo de un ídolo
"En el año 1966 nos incorporamos un grupo de amigos que, como tantos otros, estábamos deslumbrados con los Salvajes. Éramos unos críos que queríamos salir en fiestas. El padre de uno de mis amigos era Almogávar, y nos dijo que si queríamos salir de salvajes se lo diría al Puncha, pues ese año le faltaba gente para completar la escuadra. No nos lo pensamos dos veces. Hablamos con el Puncha y nos dio permiso, pero con una condición: tendríamos que seguir su ritmo y salir en todos los desfiles. Si fallábamos a uno ya no volveríamos a salir de salvajes. Nos buscaron traje de Almogávar para salir por las noches, y esas fiestas salimos. Quedamos encantados con aquellos hombres que nos llevaban a nosotros casi 20 años, pero que eran capaces de aguantar los desfiles y veinte más si era necesario con aquel ritmo.
Los trajes los hacíamos dos o tres semanas antes de fiestas, y por supuesto de lo que encontrábamos a mano. No había ninguna línea a seguir. íbamos a Biar, a los Cañones, una fábrica que hacía tela imitación a piel, y nos llevábamos lo que había en el almacén: unas veces piel de leopardo, otras de cebra o lisa.
Las pelucas las comprábamos de Castalla, en una casa en la que se dedicaba toda la familia a poner pelo a las muñecas. Nos daba igual que el color fuese rubio, pelirrojo o negro. Los correajes no tenían problema, cualquier seraje o piel barata que tuvieran en el almacén con poca salida nos servía. Recuerdo un año que eran de charol rojo y negro. Los remaches y chapones eran de la fábrica de las lámparas. Las armas casi siempre nos la hacía Vicente Francés. Solían ser grandes hachas o porras, pero también salíamos con quijadas de mula de los Cabezos o ramas de manzano u olivo.
Los trajes los hacíamos por las noches en el trastero de la casa del Puncha. Se nos hacían hasta las tantas de la noche. Los cosíamos con hilo de palomar y pegábamos los adornos y correajes con cola. También decorábamos los trajes con pintura roja a modo de sangre.
Además les hacíamos trajes a todos los hijos de los Salvajes, que salían delante o detrás de la escuadra. En realidad cuando desfilábamos parecíamos una auténtica tribu ambulante.
Quería que no quedase en el olvido aquel hombre, magnífico festero, que lo dio todo por la Comparsa. Siempre estaba en primera línea, con su humor alegre y contagioso. Tenía una fuerza increíble capaz de arrastrar a todo el mundo. Y eso que eran tiempos difíciles con tantos cambios de traje. Su muerte sumió a su comparsa y especialmente a su escuadra en una profunda tristeza. Nos dejó huérfanos. Desde aquí y donde estés querido maestro, recibe un cordial saludo de tu amigo."
Pedro Muñoz Navarro para el libro del 50º aniversario de la comparsa de Almogávares